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viernes, 14 de junio de 2013

La madre del judo

Rena “Rusty” Kanokogi, la madre del Judo Fue la primera mujer en practicar judo y quien logró que se incluyera el judo femenino en los Juegos Olímpicos. En el 2009 falleció a los 74 años siendo la única mujer séptimo dan de la disciplina. En el Día Internacional de la Mujer, su apasionante historia es protagonista como homenaje a todas las mujeres que pueblan los tatamis del mundo. Rena Kanokogi, una pionera en los tatamis. Supo ganarse un lugar a fuerza de golpes y magulladuras que no la hicieron claudicar. En su larguísima trayectoria como judoca, Rena Kanokogi pagó un doloroso peaje por el hecho de ser la única mujer en un mundo de hombres. Enfrentarse a ellos le valió un brazo roto, la nariz, las dos clavículas, 20 fracturas en los dedos de los pies y un hombro dislocado, además de magulladuras menores. Según explicaba ella misma, los hombres no soportaban perder con una mujer y se empleaban a fondo con este lastimoso resultado. El noviembre del 2009, en Nueva York, fallecía, a los 74 años de edad, la mujer que transformó este deporte. Los miles de mujeres que hoy practican este arte marcial no estarían hoy en los dojos de no haber existido esta neoyorquina pelirroja y testaruda que extirpó para siempre la exclusividad masculina de este deporte de combate. Producto de un tiempo y un lugar muy concretos, Rena Kanokogi nació en 1935 como Rena Glickman en el seno de una modesta familia judía de Coney Island, al sur de Brooklyn. En aquella deprimida zona de Nueva York prosperaban las bandas callejeras que se ganaban la vida como podían, y Rusty, como se la conocía debido a su cabellera rojiza, forjó su personalidad en aquel caldo de cultivo. A los siete años llenaba las horas de ocio escolar con trabajos de todo tipo y en su adolescencia formaba parte de Los Apaches, una de las mil tribus urbanas que medraban en la zona. En 1955, un chico que había asistido a algunas clases de judo en el Centro de Jóvenes Cristianos (YMCA) le enseñó una llave. Aunque pesaba ocho kilos menos que Rusty, la tumbó sin problemas. Ella quiso aprender aquellas técnicas y se presentó a tomar clases. A regañadientes fue aceptada por un instructor atónito: simplemente, en aquella época las chicas no aprendían judo, era coto reservado a los hombres. En el judo halló una forma de canalizar sus inagotables reservas de energía y también un eficaz instrumento de autodefensa. Como ella misma explicaba, "en Coney Island tienes dos opciones: o eres martillo o eres clavo. Yo prefiero ser martillo". Rusty era extraordinariamente buena. Al ser la única chica siempre entrenaba con hombres, lo que mejoró su técnica y su fortaleza a pasos agigantados. En 1959 fue seleccionada por el equipo de Brooklyn Central para competir en los Campeonatos del Estado de Nueva York. Su entrenador, consciente de que era la única chica y que aquello podía traerles problemas, le recomendó llevar el pelo muy corto y vendarse el pecho para pasar desapercibida. Así lo hizo Rena. Comenzó como reserva, pero una temprana lesión de un compañero la puso en escena pronto. Y, pese a que el entrenador le recomendaba conseguir combates nulos para no llamar la atención, ella no podía reprimir su espíritu competitivo y ganaba sistemáticamente a sus rivales masculinos. Brooklyn Central logró el triunfo absoluto, pero cuando los jueces descubrieron que entre sus filas había una chica pusieron el grito en el cielo. La obligaron a renunciar a la medalla bajo amenaza de desposeer del título a sus compañeros. Rena no tuvo más remedio que claudicar, pero aquella injusticia no hizo más que redoblar su compromiso para que el judo fuera una casa común donde hombres y mujeres fueran tratados por igual. Perseveró y su fama se extendió, hasta el punto que en 1962 fue la primera mujer a la que se permitía entrenar en el Kodokan, el sanctasantórum del judo, situado en las afueras de Tokio. Allí permaneció una semana y se ganó el respeto y la admiración de los maestros más importantes del mundo. También conoció allí a su marido, el judoca japonés Ryohei Kanokogi, que le dio su apellido y dos hijos y con quien fundó varios dojos en Brooklyn que aún hoy permanecen activos. A mediados de los años 70 colgó el cinturón negro séptimo dan – única mujer que lo posee – para centrarse en la enseñanza del judo, en el arbitraje y, sobre todo, en potenciar el judo femenino. En 1980 organizó el primer Campeonato del Mundo en Nueva York, y se comprometió hasta tal punto que hipotecó su casa para sufragar los gastos de organización. Fue un paso decisivo, pero no el último. Su titánica tarea concluyó en 1988, cuando consiguió que el judo femenino se incluyera en el programa olímpico. No escatimó ningún esfuerzo para ello, e incluso amenazó al Comité Olímpico Internacional con una demanda por discriminación sexual si no hacía caso de sus peticiones. No se perdió el estreno, en Seúl, como seleccionadora del equipo olímpico estadounidense. Con el tiempo llegaron las distinciones. En 2008 recibió la Orden del Sol Naciente, la condecoración como civil más importante que se entrega en Japón, pero sin duda su mejor recompensa la tuvo en el mes de agosto de 2009, un mes antes de fallecer, cuando, mermada por una larga lucha contra la leucemia, fue la estrella invitada de una ceremonia muy particular en la que el estado de Nueva York le colgó del cuello, 50 años después, aquella medalla que había ganado en el tatami pero que le arrebataron por el mero hecho de ser mujer. Fuente: Mundo Deportes España

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